jueves, 13 de marzo de 2008

La vecina del quinto


Parece un tópico lo de los problemas con la vecina del quinto, pero en mi caso es real. El otro día a la buena señora, que está ya bastante entradita en años por cierto, le dio por pintar la terraza del patio interior y yo, o mejor dicho, mi terraza, o aun mejor dicho, mis pobres plantitas, fueron las sufridoras de su inconsciente acción.

La buena señora pues decidió pintar de blanco vete a saber qué; que digo yo que a ciertas edades ya no hay que preocuparse por esas minucias, y cuando acabó no se le ocurrió mejor cosa que pasarle un cubo de agua a la terracita para asearla. Anda que...con la pintura todavía fresca el reguero de agua blanca fue bajando hasta mi terraza salpicando las cuerdas de tender, gracias a Zeus vacías, la terraza y ya digo, las plantitas.

Yo que llego a casa y veo el balcón blanco no pude más que asomarme a ver de dónde coño venía la agresión, pero nada. No me quedó otra que envainármela y limpiar rápidamente todo antes de que se secase.

Claro, la tía lista con su enjuague se había cepillado parte de su obra. Y es que no se puede esnifar pintura y tener ganas de limpiar a la vez.

Así que al día siguiente la misma operación. A pintar y a baldear la terraza y todo para abajo. Esta vez la pillé. Mientras caía el chorrito vi que en la casa de enfrente otra vecina asistía a la ecológica labor. La miré y le pregunté con la cabeza de dónde venía el chorretón. Empezó a contar con los dedos y tras un buen rato desplegó todos los de su mano.

Me arranqué al quinto cargado de ira. Salí disparado, subí al trote las escaleras y toqué a su timbre. La pobre mujer abrió asustada. Supongo que pensaría "para qué coño ha subido hasta aquí el energúmeno este". Al ver como se iba poniendo blanca bajé mi tono ya que me veía asistiendo a un infarto.

Le expliqué que su chorrito estaba cayendo sobre mi terraza. Le detallé que mis plantas me habían hecho llegar su malestar por este tipo de agresiones y le recalqué que me había dejado las cuerdas de colgar en penoso estado y que no iba a poder secar nada de ropa en una buena temporada.

La pobre mujer palideció, comenzó a disculparse y lamentarse y, la verdad, es que me fastidió porque esperaba una confrontación más dura. Se ofreció a bajar a mi terraza a limpiármela y a compensarme las plantas que hubiese estropeado por sus vertidos. Incluso la muy golfa sugirió que le subiese mi ropa lavada para secarla en su casa. Ya, seguro que quería tener mis gallumbos entre sus manos.

En fin, que me dejó tan descolocado que al final tuve que ser yo el que le pidiese disculpas, le dijese que no se preocupara y volví a casa con las orejas gachas, la terraza blanca y las plantas en huelga.

Ahora, tonto de mí, me estoy pasando las horas muertas limpiando hojas, pasando aguarrás por las cuerdas, machacando guantes y dejando por todos los recovecos de la casa ropa mojada.

Si es que, esta gente mayor....

martes, 11 de marzo de 2008

Carguémonos Eurovisión


No sé si reír o llorar. Bueno sí, mejor reírse.

Y es que es graciosísimo que un programa titulado ‘Salvemos Eurovisión’ se lo haya cargado, con todos los respetos a los participantes.

Parece que Eurovisión se ha convertido en un nido de frikies sin parangón en los últimos años. Ya el año pasado nos dimos el susto con los finlandeses Lordi, que abrieron la caja de Pandora, y parece que este año FrikiVisión nos anuncia sobresaltos por doquier.

Ya no sólo es que gane el chikilicuatre ese con una canción sin el menor gusto. Es que en el programa de la final se juntó lo más friki de toda España. Presentadores jubilados, cantantes que no saben hablar, humoristas más sosos que nadie, gays declarados y sin declarar y, para colmo, una presentadora italiana. Si es que con esos mimbres poco más se podía esperar.

Pero es que las cosas no acaban ahí. Resulta que el chikilicuatre gana, gracias a los votos de miles de frikies, y ahora Televisión Española le obliga a cambiar la letra e incluso dicen que puede haber cambio en la coreografía. Pues majos, me parece muy mal. Si ha ganado ha ganado y a tragar, que peor que con ‘Quién maneja mi barca’ no va a ser.

Luego está la gente que protesta. Con toda la razón del mundo. Pero ya lo siento, la votación ha sido democrática y no hay más. Ya me dijo alguien un día que la “ciberdemocracia” era un error. No me imagino elegir a nuestros políticos mediante el envío de sms’s o llamadas a un programa de televisión presentado por Olga Viza o Manuel Campo Vidal. Pues lo mismo.

En fin, las dos españas divididas también en la música.

Lo más divertido es que he leído que los detractores del ‘Chiki chiki’ han pedido todo el apoyo a la canción de Eurovisión que va a presentar Andorra. Al parece una ex Operación Triunfo, Gisela, será la representante. Qué bien ha hecho esta chica yéndose al extranjero.

Y tampoco quería dejar de mencionar al resto de canciones finalistas. Joder qué poco futuro musical tenemos: el del casco espacial, el trío de sexualidad ambigua, los raperos con danzarinas árabes, el vasco cantando a las playas de España, la morenaza con bozarrón de camionero. La verdad es que de lo malo, quizás ganó lo mejor.

Pues nada, el año que viene otro especial ‘Carguémonos Eurovisión’. Frikies del mundo uníos porque ya tenéis un espacio en el que triunfar.

jueves, 6 de marzo de 2008

El GPS


Hoy he terminado una relación que esperaba fuese muy duradera y satisfactoria. Había puesto muchas ilusiones en ella y, sin embargo, una vez más, no ha podido ser. Pero tengo claro que esta vez la culpa no ha sido mía.
He querido confiar en alguien para que juntos encontrásemos esos lugares recónditos y escondidos en los que poder disfrutar de la soledad. Había depositado mil ilusiones en una voz que me guiase por los correctos caminos de la vida, con confianza ciega pero sin perder la lucidez. Y no ha podido ser.

Joder me he comprado un GPS que no me sirve para nada. Un aparatito de esos que además de la mejor ruta te van cantando los radares para aflojar un poco. Ahí mi primera duda: llamo al servicio técnico para que me concreten si es legal o no llevarlo, no vaya a ser que me casquen una multa que me cueste más que el cacharro.

Como no podía ser de otra manera, la respuesta del servicio posventa es del todo ambigua. Que si es legal, pero puedo incurrir en un delito de no sé qué, que se puede recurrir,…, vamos que me lo han dejado claro. Que si el GPS es bueno, que nadie ha tenido problemas y que tal y que cual.
No he entendido nada de lo que me han dicho, como podéis observar, pero me ha quedado claro que, ya que lo he comprado y tiene garantía, en caso de que pase algo les cuelo las responsabilidades a ellos.

Así que llega el momento de darle un poco caña al invento. Saco el soporte, lo adhiero al parabrisas de mala manera, me vuelvo loco para orientarlo correctamente y me aseguro de que no se me caerá encima en pleno trayecto.
Saco el cable del mechero, lo conecto al aparato y empiezo a trastear. La primera ruta algo sencillo, algo que haga todos los días. Pues no te digo que me empieza a mandar por las peores carreteras en vez de por la autopista. Cuando ya me canso de seguir sus femeninas instrucciones, el aparato se empieza a volver loco y deja de indicarme ningún recorrido, sólo me posiciona en el mapa el lugar por donde voy y no deja de parpadear. Parecía el típico tic de quien empieza a guiñar el ojo porque se ha puesto nervioso o no le haces caso.

Como a todo en esta vida, decido darle una segunda oportunidad. En este caso, osado de mí, le indico la dirección de una tienda a las afueras de la ciudad cuya ubicación concreta desconozco. Para eso está el GPS ¿o no?

Cuando llegamos al pueblo, el aparato me manda primero a un callejón sin salida entre pabellones industriales. Era el teórico punto de destino…pero no. No me queda otra que salir de ahí y seguir buscando y es entonces cuando la voz melodiosa que esperaba me acompañase para siempre me empieza a dar la tabarra con que dé la vuelta cuando pueda. Coño, cinco minutos con la cantinela. Le quité el alimentador, pero todavía tenía batería. Abrí la ventanilla y estuve a un tris de lanzarlo por ella. Pero al final pudo la cordura. Paré en el arcén en mitad de la autopista, lo apagué y lo guardé en su caja.

Ahora, con el corazón roto y las orejas gachas, pienso a quién le puedo regalar el infernal aparato, aunque no puedo dejar de pensar que haya hecho algo mal. A ver si se lo voy a regalar a mi jefe y le va a salir de cine. Aunque también puede que le vuelva loco, le pare la policía y se sienta un auténtico inútil como me ha pasado a mí.

Me lo estoy pensando.

martes, 4 de marzo de 2008

En el super


No podía ser de otra manera. Este fin de semana me he vuelto a poner de mala leche en una cola del supermercado.

A la hora de situarse en una fila lo más importante no es la cantidad de gente que esté esperando, ni lo llenos que tengan sus carros, no…lo más importante es fijarse en la cajera que perpetra su trabajo y la actitud y edad de quienes están en dicha cola.

Este fin de semana me dejé llevar por la primera impresión y me coloqué en la cola más corta. Error. En primera línea de fuego se encontraba un hombre de unos treinta y muchos con aspecto desgarbado y sin demasiadas cosas en el carro. Tras él, el matrimonio mayor con el carro a reventar y, finalmente, en la caja, la jovencita con tono de voz chillón que pedía sopitas por teléfono cada dos por tres. De esto último solo me pude percatar cuando ya era demasiado tarde.

En fin, que todos hemos sido jóvenes, incluso yo, y hemos tenido que trabajar en labores poco ilusionantes, pero el desdén y dejadez mostrado por la susodicha empleada traspasa todos los límites. Que vale que eran las tres y media de la tarde y quizás no había comido, o todo lo contrario, igual estaba con el bajón de después de engullir, pero hija…cuida un poco tu aspecto, tu presencia, tu vida.

El hombre desgarbado de primera línea se da cuenta de que no le llega el metálico para las pocas cosas que había comprado y, claro, llega el momento de la elección. Sumar y restar a esas horas a nadie le sienta bien, pero parece obvio que entre los yogures, la lechuga, los tomates, la carne, la botella de vino, los botellines de cerveza y el suavizante la opción no deja lugar a dudas. Pues aun así el tío se lo pensó un buen rato. Me dieron ganas de adelantarme y decirle “pero si estás hecho un guarro deja el puto suavizante y que rule la cola”. El muy…Dejó el vino, él sabrá.

Pero a quien realmente temía era al matrimonio de avanzada edad delante mío. El marido se puso en el extremo de la cinta con el carro para ir empaquetando las cosas, como debe de ser; pero la mujer ya me empezó a mosquear cuando se quedó atorada en el pasillo frente a la cajera. Yo de mientras intentado mover el carro por el estrecho pasillo sin fortuna. Y por detrás, un par de chicas pegando sus artículos a los míos en la cinta y dándome golpecitos con el puñetero carro.

La cajera se quedaba en blanco cada dos artículos porque la señora le adjuntaba un ticket de descuento para cada cosa. Luego los productos con precio del día como la lechuga, el perejil, etcétera, cuyo valor tenía que ir preguntando la ineficiente empleada.

Tras este suplicio, llegó el momento de la cuenta, mientras las de atrás seguían empujando el carro contra mis maltrechas piernas a pesar de los juramentos en voz baja que les espetaba.

Ochenta y pico euros que la buena señora se pone a pagar, céntimo a céntimo, sin moverse de su sitio. Céntimo a céntimo…y cuando por fin acabó, llegó el momento de comprobar la larga cuenta…sin moverse de su emplazamiento frente a la cajera.

Ya me perdonará, pero no pude más que empezar a darle sutilmente con el carro en su trasero. Le dio igual, cuanto más le daba, más tiempo se quedaba repasando los productos y los descuentos pertinentes.

En fin, que cuando por fin me tocó el turno la cajera que recibe una llamada, pide una bolsita de monedas de diez céntimos que no le quedaban y yo allí esperando. Pero si me da igual, que voy a pagar con tarjeta…que si te doy arroz Catalina.

Un triste sábado. Mira que voy al super a horas en las que se supone que hay menos gente, lo que no me esperaba es que los que estamos ahí nos falten un par de dedos de frente.