martes, 4 de marzo de 2008

En el super


No podía ser de otra manera. Este fin de semana me he vuelto a poner de mala leche en una cola del supermercado.

A la hora de situarse en una fila lo más importante no es la cantidad de gente que esté esperando, ni lo llenos que tengan sus carros, no…lo más importante es fijarse en la cajera que perpetra su trabajo y la actitud y edad de quienes están en dicha cola.

Este fin de semana me dejé llevar por la primera impresión y me coloqué en la cola más corta. Error. En primera línea de fuego se encontraba un hombre de unos treinta y muchos con aspecto desgarbado y sin demasiadas cosas en el carro. Tras él, el matrimonio mayor con el carro a reventar y, finalmente, en la caja, la jovencita con tono de voz chillón que pedía sopitas por teléfono cada dos por tres. De esto último solo me pude percatar cuando ya era demasiado tarde.

En fin, que todos hemos sido jóvenes, incluso yo, y hemos tenido que trabajar en labores poco ilusionantes, pero el desdén y dejadez mostrado por la susodicha empleada traspasa todos los límites. Que vale que eran las tres y media de la tarde y quizás no había comido, o todo lo contrario, igual estaba con el bajón de después de engullir, pero hija…cuida un poco tu aspecto, tu presencia, tu vida.

El hombre desgarbado de primera línea se da cuenta de que no le llega el metálico para las pocas cosas que había comprado y, claro, llega el momento de la elección. Sumar y restar a esas horas a nadie le sienta bien, pero parece obvio que entre los yogures, la lechuga, los tomates, la carne, la botella de vino, los botellines de cerveza y el suavizante la opción no deja lugar a dudas. Pues aun así el tío se lo pensó un buen rato. Me dieron ganas de adelantarme y decirle “pero si estás hecho un guarro deja el puto suavizante y que rule la cola”. El muy…Dejó el vino, él sabrá.

Pero a quien realmente temía era al matrimonio de avanzada edad delante mío. El marido se puso en el extremo de la cinta con el carro para ir empaquetando las cosas, como debe de ser; pero la mujer ya me empezó a mosquear cuando se quedó atorada en el pasillo frente a la cajera. Yo de mientras intentado mover el carro por el estrecho pasillo sin fortuna. Y por detrás, un par de chicas pegando sus artículos a los míos en la cinta y dándome golpecitos con el puñetero carro.

La cajera se quedaba en blanco cada dos artículos porque la señora le adjuntaba un ticket de descuento para cada cosa. Luego los productos con precio del día como la lechuga, el perejil, etcétera, cuyo valor tenía que ir preguntando la ineficiente empleada.

Tras este suplicio, llegó el momento de la cuenta, mientras las de atrás seguían empujando el carro contra mis maltrechas piernas a pesar de los juramentos en voz baja que les espetaba.

Ochenta y pico euros que la buena señora se pone a pagar, céntimo a céntimo, sin moverse de su sitio. Céntimo a céntimo…y cuando por fin acabó, llegó el momento de comprobar la larga cuenta…sin moverse de su emplazamiento frente a la cajera.

Ya me perdonará, pero no pude más que empezar a darle sutilmente con el carro en su trasero. Le dio igual, cuanto más le daba, más tiempo se quedaba repasando los productos y los descuentos pertinentes.

En fin, que cuando por fin me tocó el turno la cajera que recibe una llamada, pide una bolsita de monedas de diez céntimos que no le quedaban y yo allí esperando. Pero si me da igual, que voy a pagar con tarjeta…que si te doy arroz Catalina.

Un triste sábado. Mira que voy al super a horas en las que se supone que hay menos gente, lo que no me esperaba es que los que estamos ahí nos falten un par de dedos de frente.

No hay comentarios: