lunes, 25 de febrero de 2008

El ascensor


Intento utilizar los ascensores lo menos posible. No es por un afán de ponerme en forma o algo así. Cada vez me cuesta más subir los tres pisos hasta mi casa, pero es que no soporto lo que acontece dentro de estos minúsculos habitáculos.

Más allá de los olores de la bolsa de pescado de la del quinto, del humo del cigarro del calvo del segundo, de la ropa podrida de la del cuarto o los pies del gordo del sexto, alguna vez me he parado a pensar lo que podría ocurrir si se para el ascensor y tengo que convivir mucho tiempo con esos aromas. Es que es cerrarse la puerta y aguantar la respiración.

Pero el de los olores no es el mayor de mis problema. Me espantan las conversaciones de ascensor. Tenemos desde el vecino que cuando estás esperando a que llegue el elevador ya lo organiza todo para entrar él primero y tu después dado que yo me bajo antes. Pues no me da la gana. Yo estaba primero y si tienes que salir sales y así haces un poco de ejercicio.

Luego tenemos el vecino senil que siempre que te ve te pregunta si eres el del tercero: no, le he dado al tres porque me aburría no te jode!!!.

Luego están los que se bajan antes, no te dicen nada durante el ascenso pero cuando llegan a su piso te empiezan a dar la chapa: “Bueno pues ahora a comer, qué aproveche, voy a ver qué me ha preparado la parienta aunque por el olor creo que toca guisado…usted qué, qué tiene para comer”…pues de momento me estoy comiendo los huevos porque quiero llegar a mi casa. No me he comprado un piso de 40 millones para hacer amigos.

Y por supuesto las conversaciones recurrentes. Siempre con el tiempo…que si menudo día más frío (pues cómprate más y mejor ropa), que si vaya calor que hace hoy (pues no salgas y quédate en casa a la fresca), que si cómo llueve (igual te sale una hernia en el brazo por llevar un paraguas),…

En fin, que estoy mayor ya para subirme tres pisos a pie, pero estoy bastante más mayor para aguantar los olores, los tedios y las gilipolleces de los vecinos.