
Voy a comenzar mi retahíla un 14 de febrero, día de un tal San Valentín, porque parece que existe una conspiración para hacerme pasar un día de perros.
Resulta que llego al trabajo y todo son felicitaciones y flores volando de mesa en mesa. Empiezan a sonar los teléfonos de mis compañeras y todas hablando bajito a los auriculares y sonrojándose por momentos."No yo más, no yo más que tú, bueno cuelga tú,...". Cagüen la leche, estuve a un tris de colgarla yo.
Luego llega el momento cuchicheos sobre regalos: "y ati qué, a mi una licuadora (ya te digo yo en qué la emplearía), pues yo creo que tendré un ramo de flores cuando llegue a casa...". Joder, qué culpa tienen las pobres plantas de la tontería de algunos.
En la mesa paralela, la de los chicos, las rosas al viento les habían recordado que se habían olvidado de felicitar a alguien, y claro…algunos osados se atreven a acercarse a mi mesa a pregunbtarme si conozco la web esa que permite el envio de bombones. Como si la tuviese en favoritos. Hay gente que se ha pasado miles de horas desarrollando Google como para que me venga un pesado a dar la tabarra a mí.
Pero lo peor estaba por venir. A media mañana es el propio director el que arrastra sus pies hasta las mesas y comienza a hacer entrega de una rosa a cada mujer trabajadora.
Pero qué coño pasa. Lo que te has gastado en rosas te lo vengo pidiendo en concepto de aumento de sueldo desde hace años. Y total para qué, para que acto seguido te pongan a parir por regalar sólo cosas a las chicas y no a los chicos y dejar patente una discriminación laboral. Y aun peor, hubo quien pensó que esa rosa tenía una segunda intención.
Vamos, que en San Valentín hagas lo que hagas es dificil acertar, así que es mejor ni intentarlo.
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